No estoy precisamente seguro, pero creo que nos conocimos así, robábamos libros en aulas de gente que no conocíamos. No hacíamos distinción en un comienzo de lo que iríamos a robar, ciertamente los textos escolares de las diversas ciencias que se impartían en mi colegio (Química, Biología y Física) eran las favoritas. El motín que recibíamos era inconmensurablemente mayor, recuerdo que llenábamos bolsos completos que acarreábamos a la casa de alguno de los dos, preparábamos bien nuestros morrales para que el peso quedara distribuido uniformemente, digo esto ya que sacábamos alrededor de veinte libros cada uno, que como deben al menos intuir, no es un peso que se aguante por mucho tiempo. Y luego, con ningún tipo de apuro nos dirigíamos a venderlos.
Él era conocido ya, inclusive tenía un pseudónimo, y los vendedores/compradores de libros usados se peleaban toda la mercancía que llevábamos. Yo por mi parte me limitaba sólo a observar, él hacia el negocio, conocía perfectamente el tejemaneje e inclusive era capaz de embaucarlos y sacar provecho de su extraña verborrea.
La mejor parte venia después, terminada la transacción, nos dirigíamos a nuestro barrio favorito a comprar ropa usada. Nos codeábamos con gente de toda clase: drogadictos, alcohólicos, depravados, prostitutas con sus respectivos proxenetas y diversa gente de la contracultura céntrica. En ese lugar era donde nosotros elegíamos prendas, tratando con extrema precaución de cuidar nuestras pocas pertenencias que poseíamos.
Como la ropa usada es barata en general (y en ese tiempo lo era aún más) salíamos atiborrados de cosas, que, luego deberíamos esconder por un tiempo para que nuestros respectivos padres no sospecharan la desconocida procedencia de aquella vestimenta. Pero de esto tengo cierta duda, los padres de él eran como espejos, pareciera que no existieran o que reflejaran algo que no existiese. Yo no los conocía pero las pocas conversaciones que teníamos referente a aquello no hacia más que demostrar mi retorcida teoría.
Al año siguiente, de partida hubo un cambio, seguía robando libros pero antes de venderlos los leía, cosa de la cual no me arrepiento ahora, pero que en ese instante hizo que nuestro “trabajo” se ralentizara mucho más. Aquello mermó un poco nuestra relación “profesional”, pero generó un acercamiento entre ambos, comenzamos a conversar. A la salida del colegio disfrutábamos del cigarro corriente, y en los fines de semana algún licor barato que alguien nos quisiera comprar.
-“Siéntate y escúchame, tengo el siguiente atraco, los electivos de tercero de Biología tienen unas especies de Biblias-enciclopedias gigantes que por cada una nos podrían dar mucho, imagínate que robáramos tres cada uno, tendríamos para un mes de ropa nueva.”
-“Estás enfermo, yo voy en tercero, y mis amigos hacen biología, ¿Por qué lo haríamos?”
-“Sabes, eres como el típico personaje de película que pretende hacerse el malo, pero tiene corazón de abuelita, y que al final, siempre lo terminan asesinando de una manera cruel.”
-“Que importa, tenemos que esperar un tiempo de recesión, los inspectores sospechan y tengo varios conocidos que se están quejando de pérdida de textos, a todo esto ¿Qué tal tú?
-“Tranquilo, soltero, nada nuevo bajo el sol… no perdón si, tengo un amigo que está trayendo pastillas de México, de todo un poco, un cóctel para la mente, ¿Te tinca?”
-“No, estoy tranquilo, acabo de volver a mi casa y no quiero que me echen de nuevo, es triste ser nómada.”
-“Nómada, que es eso imbécil, deja de leer las porquerías que robamos, te veo después.”
Empecé a cambiar, veía las consecuencias de mis actos, no quería que me echaran de nuevo de casa y tenia que responsabilizarme, la vida era triste sin hogar fijo, y las peleas con mi padre se habían aminorado en gran cantidad, las pastillas consumidas todavía producían daño a mi laringe, definitivamente no me enorgullecía aquello.
Lo veía menos, se fue perdiendo, faltó mucho al colegio, iba dos veces por semana y los textos los empezó a robar sólo, yo cuidaba mis estudios, no quería hacer eso toda la vida y las cosas vislumbraban un buen futuro para mí, para él definitivamente no.
Después ya no fueron pastillas, las cambió por drogas más duras y nasales, yo comencé a componer música, tenía tres canciones que me enorgullecían en ese tiempo, creo que aún lo hacen, pero definitivamente las grabaciones caseras no son mi especialidad. Le mostré las canciones, y las juzgó. Como la mayoría de las cosas no le importaban, no emitió mayor crítica, pero tuvo la deferencia de al menos escucharlas. En la música teníamos afinidad, nos gustaban las mismas bandas y nos prestábamos discos de vez en cuando, creo que al fin y al cabo esto fue lo que nos juntó.
-“Tenemos el negocio botado, ¿Cuándo vamos a volver a las pistas?”
-“Déjalo, ya no tiene sentido, ¿Fumar?
-“Si claro… ¿Te gusta Billy Idol?
-“ ¿Dancing with my self ponte tu?”
-“ Increible... ven, bailemos”
-“ Jódete”
-“¿Te comenté alguna vez que creo que morirás joven?
-“Si, ya me dijiste, lo del personaje de película ¿No?”
-“Si hombre, ven bailemos, no como pareja homosexual imbécil, sino como lo solíamos hacer.”
-“Já, no, nunca más, estaba ebrio y tenia algún mueble en el cuello…recuerdo que me pegaste hijo de puta.”
Pasaba el tiempo, eso se notaba, las cosas iban mucho más lento que antes y la plenitud de la juventud llegaba a una cúspide, a una especie de clímax que me gustaba. No quiera que los años pasaran y yo hacia el intento de tener todo bajo control, el influjo racional primó en mí más que el animal y tomé las riendas de cuanto tenía por hacer. De cierta forma rompía el pacto tácito que teníamos, el “vive rápido, muere joven” se acababa para mí y eso llevó a que no nos viéramos en casi 3 meses, cosa extraña ya que iba en mi mismo colegio y lejos no vivíamos.
Llegaba Diciembre y las fiestas se avecinaban, junto con esto los cumpleaños de nuestros amigos en común, en uno de aquellos nos encontramos. Nos saludamos cortésmente, yo odiaba a la gente que no era educada, por mí no saludaría a nadie en el mundo y creo que él entendía el esfuerzo que yo hacía tratando de ser “polite”.
La música era fuerte y corrosiva, no permitía que se generara una conversación en conjunto, sino que se formaban pequeños grupos aislados donde se trataban temas que por la mirada de los asistentes, intuíamos que no seríamos adecuadamente bienvenidos.
El alcohol estaba en una mesa al centro y estaba disponible para todo público, cosa que parecía muy extraña, ahora importa más el vaso de pisco que tu ropa, que tu polola, que tus amistades o inclusive la educación que uno pueda llegar a tener. Esto propició el ambiente exacto para que nosotros dos, hidalgo y vasallo de la postmodernidad, enfrentáramos con una justa (y necesaria) conversación nuestros inefables desvaríos.
-“Deja en paz tu nariz, haces un ruido molesto.”
-“…”
-“Algo malo ocurre ¿cierto?”
-“Si, ven… se me había olvidado lo perceptivo que podías llegar a ser.”
-“Pues bien, cuéntame, tiene que haber un inicio, y es mejor partir por ahí.”
-“¡Si!, lo hay pero no comenzaré por ahí.”
-“Dale, te escucho.”
-“Es pertinente tener en cuenta dos cosas antes de empezar, no me interrumpirás ¿Cierto?, y lo otro, ¿Puedo confiar en que seas discreto?
-“… Si, tu sabes bien.”
-“Ya, OK, la historia es simple. Lo más probable es que tú creas que yo no podría amar a nadie, lo cual no me cabe ninguna duda, nos conocemos bien desde hace poco tiempo y lo terrible ya había pasado y, de un u otra forma necesitaba sobrevivir. Pareciese que anduviera duro o inquebrantable todo el día, casi a la defensiva, lo cual sabes que se puede estimular con cosas que son ajenas a la mente, que importa, el tema es otro. Mi novia se suicidó con un hijo mío adentro, por qué razón no sé, me llamó un día angustiada y triste por que trató de contarle a su papá y sólo esbozándole una respuesta, éste lo tomó horrible y la dejó insegura sobre el futuro. Acudí lo antes posible a verla, la tranquilicé, la hice dormir y tarde en la noche me vine a mi casa. Al otro día supe, supe todo lo que había pasado, y nada, aquí me tienes viviendo sin vida, muriendo sin poder morir, sin poder dejar éste pesado cuerpo.”
-“Ehm… pero…”
-“Pero nada, es horrible, es inexplicable, ellos salieron de la vida, del tiempo, de la mente, ellos están ahí, los veo, alucino con ella y su formas, pienso todos los días como pudo haber sido todo, yo, ella y mi hijo, los tres existiendo, existiendo como existe la gente que está aquí la que vemos la que percibimos, ellos están, están para mi pero fuera del tiempo, casi los puedo tocar, oler, y, que fue, un segundo, un segundo más que yo me hubiera quedado, un minuto más en que me hubiera quedado recostado con ella.”
Ahí sucedió lo peor, yo estaba deshecho, no sólo por que fuera mi amigo, sino por la historia, lo trágico, lo horrible, lo macabro, me sentía culpable sólo de existir, sólo de respirar, de pestañear, todo me hacía sentir culpable de que mi vida, tangencial e innecesaria, la consumiera sin hacer nada, pudiendo existir personas que quizás se necesitan. Se paró bruscamente, tropezó con algo, corrió hasta la cocina trajo un cuchillo y me pidió, no sólo me pidió, me imploró que le quitase la vida, que lo devolviera a donde él pertenecía, él no debía estar ahí y confío en mí para que le devolviese la existencia y la felicidad que bruscamente le habían arrebatado, él quería que yo lo matara para que pudiera así definitivamente poder sentirse vivo.
Dudé, miré para todos lados, no supe que hacer, le di la respuesta más imbécil que se puede dar a una interrogante como esa. Él se volvió a sentar y dijo que yo no era responsable de aquello, que no debía condenarme a mí por algo que me era totalmente ajeno, jamás podría sentir lo que él estaba sintiendo, y puso una muralla, una coraza, formó una torre donde sólo ésta se podía observar desde otra torre.
Al lunes siguiente en el colegio, yo seguía (y sigo dándole vueltas a esa noche). No lo había visto en todo el día, y a la salida hizo que el alma se me congelara con sólo una frase:
-“Tengo libros, ¿Vamos a vender?”